Por Salvaturismovigo.com
Publicado 22-02-2022
En el desierto de Egipto y alejados del valle del Nilo, surgen los oasis que, desde tiempos faraónicos, tuvieron un gran valor estratégico. Son lugares perfectos para explorar la majestuosidad del desierto, para dar un paseo en camello, darse un baño en sus aguas o disfrutar de una noche bajo las estrellas, bajo esas mágicas luces que tanto echamos de menos en las ciudades.
Hubo un momento de la historia en el que la inmensidad del Sáhara no era un lugar inerte y sin vida, sino que estaba repleto de gentes y fauna. De hecho, estudios de la NASA demuestran que hace 12.000 años el agua no era extraña allí y que había grupos de trashumantes. Pero por desgracia para ellos, las condiciones climáticas cambiaron y esa zona se convirtió en desierto. Parte de los grupos trashumantes se asentaron a orillas del Nilo y fueron la semilla de la que brotó la civilización faraónica.
Los lagos de la sabana se secaron, pero en el subsuelo se conservaron grandes acuíferos durante milenios, que los lugareños aprovecharon para excavar pozos y poder extraer su agua, gracias a su superficie porosa y caliza. Este fue el origen de los oasis egipcios. Los cinco principales forman un arco que se curva hacia el Nilo: Siwa, Bahariya, Farafra, Dakhla y Kharga. El oasis más extenso, Dakhla, tiene una población de más de 70.000 personas. Y en el más pequeño, Farafra, viven alrededor de 2.500.
El oasis de Dakhla está regado por el agua de más de 600 manantiales y tiene signos de haber estado habitada desde la prehistoria. Pero el más conocido y visitado es el de Siwa, que tiene una rica historia a causa de su Oráculo, dedicado al dios Amón y considerado uno de los más poderosos. Pero no fue siempre un lugar visitado. A pesar de que se encontrara en una ruta de caravanas de mercaderes, su difícil acceso hizo que poca gente lo visitara, conservando así numerosas tradiciones y costumbres.
